La historia demuestra que la paz, el anhelo universal que todos los pueblos comparten, a veces exige sacrificios impensados para las naciones. Cuando la guerra se prolonga, el cansancio social resulta inevitable, la destrucción material y el dolor humano son irreversibles, las naciones se ven obligadas a considerar caminos dolorosos. En este contexto, Ucrania, tras años de conflicto con Rusia, se encuentra ante un dilema existencial: ¿Puede una nación preservar su futuro si cede parte de su territorio? Más allá de las declaraciones oficiales y las fallidas negociaciones diplomáticas, emerge una pregunta inevitable: ¿Hasta dónde puede llegar un país para alcanzar la paz sin renunciar a su dignidad y soberanía?

En la disputa geopolítica, Ucrania estaría dispuesta a ceder el 20% de su territorio siempre y cuando sea de facto. Frente a este dilema surgen dos conceptos a explicar al respecto. La secesión de facto hace alusión a una concesión territorial que se da en la práctica más no legalmente, por otro lado, la ocupación es momentánea. De iure se refiere a la ocupación de la tierra de forma legal y oficial, por lo general se formaliza en documentos como tratados internacionales o leyes. Desde Moscú, la propuesta es que Kiev retire completamente sus tropas y que reconozca formalmente la pérdida de los territorios ocupados por Rusia.

Las implicancias geopolíticas
La posible cesión de territorio ucraniano supondría una serie de cambios en la geopolítica actual, reordenando el tablero mundial. Por un lado, el equilibrio de poder en Europa del Este sería redefinido; esto quiere decir que, Rusia consolidaría su presencia en zonas estratégicas del este de Ucrania, fortaleciéndose como potencia regional, aumentando su influencia en países vecinos como Bielorrusia o Moldavia. Como consecuencia a la cercanía que podría provocar hacia occidente, se podría generar un nuevo telón de acero con una división más marcada entre el bloque prorruso y el prooccidental.
Por otro lado, desde el aspecto simbólico y moral, podemos hablar de un país con precedentes internacionales peligrosos. La cesión de territorio sería percibida como un premio a la agresión militar rusa que sigue la siguiente secuencia: un país invade, conquista a la fuerza y logra quedarse con el territorio.

La posibilidad de que Ucrania ceda parte de su territorio a Rusia, ya sea como un hecho consumado o mediante un acuerdo formal, representa un punto de inflexión no solo en el conflicto actual, sino en el orden global surgido tras la Segunda Guerra Mundial. Alcanzar la paz luego de años de guerra es, sin duda, un objetivo legítimo y necesario, pero cuando esa paz se construye sobre la base de la pérdida territorial impuesta por la fuerza, se corre el riesgo de erosionar uno de los pilares fundamentales del derecho internacional: el principio de integridad territorial.
Aceptar una cesión territorial bajo presión no solo modificaría las fronteras de Ucrania, sino que podría redefinir el mapa geopolítico europeo, debilitando normas que han sostenido la estabilidad mundial por décadas. En ese nuevo escenario, otras potencias podrían sentirse autorizadas a seguir caminos similares, apelando al uso de la fuerza como mecanismo de negociación.
Frente a este posible desenlace, el mundo se enfrenta a un dilema incómodo: ¿es preferible una paz incompleta pero inmediata, o la defensa inquebrantable de los principios, aun al costo de prolongar el conflicto? La respuesta a esa pregunta trazará no solo el destino de Ucrania, sino también el de la arquitectura internacional que define lo que es justo, legítimo y aceptable en las relaciones internacionales.
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