La foto de la economía argentina empezó a cambiar por un carril silencioso pero decisivo: la composición de sus exportaciones. Un informe reciente del Departamento de Estadísticas de la Bolsa de Cereales de Córdoba muestra que el país avanza hacia una matriz exportadora más diversificada, donde el histórico protagonismo de la agroindustria comienza a compartir escenario con el sector energético, impulsado por el desarrollo de Vaca Muerta y la recuperación de la producción de hidrocarburos.

En los últimos veinte años, el campo mantuvo un rol casi hegemónico: la suma de Manufacturas de Origen Agropecuario (MOA) y Productos Primarios (PP) promedió el 60% de las ventas externas totales, con picos del 67% y 69% en 2016 y 2020, cuando la energía aportaba apenas el 4% del total. Pero esa relación empezó a moverse. Entre 2000 y 2024, el rubro que más creció en dólares fue Combustibles y Energía (CyE), con un salto del 880%, por encima de las MOA (514%), las MOI (555%) y los PP (475%).
Un mapa exportador en movimiento: el avance energético
El informe destaca que el sector energético pasó de representar cerca del 6% de las exportaciones a nivel nacional a promediar 11% en los últimos tres años, y todo indica que en 2025 esa participación se ubicará en torno al 13%, con perspectivas de seguir subiendo. El motor del cambio no es otro que la combinación de más producción y más infraestructura para evacuar el crudo y el gas.
En 2024, la producción de petróleo (convencional y no convencional) alcanzó los 40,8 millones de m³, un nivel que no se veía desde 2004 y que implica un crecimiento del 45% respecto de 2020. El gas natural también recuperó terreno hasta acercarse a los volúmenes de 2008, con 50,8 mil millones de m³ anuales. Ese salto permitió bajar importaciones de combustibles, aumentar exportaciones y consolidar un superávit energético por primera vez en años.

De igual forma, pese al avance de la energía, la agroindustria sigue siendo el ancla de divisas del país. Considerando el período enero–octubre de los últimos tres años, 2025 se ubica por encima de los anteriores en ventas del complejo sojero y triguero, gracias a mejores campañas y mayores volúmenes comercializados. El maíz, golpeado por el spiroplasma, empieza a recomponer su producción.
En el total exportado del período analizado:
- El complejo sojero explica el 26%, con unos USD 17.000 millones.
- El complejo maicero, el 9%, con alrededor de USD 6.000 millones.
- El complejo triguero, el 4%, con cerca de USD 2.500 millones.
De la dependencia a la complementariedad: dos motores para la balanza externa
El informe subraya que la diversificación no reemplaza un motor por otro, sino que tiende a construir una complementariedad estratégica entre energía y agro. En los años de déficit energético, cualquier repunte de la actividad económica se traducía casi directamente en más importaciones de gas, GNL o gasoil, lo que erosionaba el saldo comercial y presionaba sobre el tipo de cambio.
La transformación en marcha cambia esa lógica, ya que más producción de gas y petróleo, junto con nuevos gasoductos y oleoductos, reduce la dependencia de compras externas y abre espacio para exportar. Además, la balanza energética podría pasar, según proyecciones del Ministerio de Economía, de un saldo positivo de USD 10.000 millones en 2025 a unos USD 46.000 millones en 2035.

En paralelo, esa expansión energética ofrece beneficios indirectos para la agroindustria, como mayor disponibilidad de energía a costos más competitivos para la producción y la industrialización de granos o la posibilidad de incrementar la oferta local de fertilizantes derivados de combustibles fósiles, hoy mayormente importados. Sin embargo, el informe también advierte que esta diversificación está lejos de ser un camino lineal. En situaciones de caídas en la producción energética, cuellos de botella en infraestructura de transporte, mayor demanda interna estacional o suba de precios internacionales, el país puede volver a necesitar importar más gas, GNL o gasoil, reduciendo el aporte neto del sector al comercio exterior. En esos contextos, la agroindustria retoma una función de “colchón” crítico para la balanza de pagos.
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