El reciente descubrimiento de una avioneta cargada con cocaína en una finca del norte argentino —detectada de manera fortuita y no como resultado de un operativo— volvió a poner en primer plano un fenómeno cada vez más visible: la expansión del tráfico aéreo de estupefacientes en Argentina, especialmente en las provincias del NOA y NEA.

Aunque el caso tomó repercusión pública por el volumen de droga transportada y por las circunstancias del hallazgo, especialistas en seguridad aérea y narcotráfico advierten que no se trata de un episodio aislado, sino de una modalidad consolidada dentro de las redes criminales que operan entre Bolivia, Paraguay y el norte argentino. La clave es simple: la frontera aérea es la más difícil de controlar. En zonas rurales amplias, con escasa infraestructura radar y múltiples pistas clandestinas, aterrizar, descargar y despegar puede tomar menos de diez minutos.
Por qué el narcoavión crece en Argentina
La Administración Nacional de Aviación Civil (ANAC), Fuerza Aérea Argentina, Gendarmería y diversas agencias provinciales coinciden en varios factores que explican la expansión de esta práctica. En primer lugar, la falta de cobertura radar total: aunque en los últimos años se incorporaron radares primarios y secundarios, la cobertura continúa siendo intermitente en provincias como Salta, Santiago del Estero, Tucumán y Formosa. Más que nada porque los vuelos a baja cota —150 a 300 metros— pueden evadir detección.
En segundo lugar, la proliferación de pistas clandestinas. El norte del país cuenta con cientos de pistas no registradas, muchas de ellas en fincas privadas, considerando que la demolición de una pista no impide que otra se construya a pocos kilómetros. En tercer lugar, y de manera similar, la existencia de rutas aéreas consolidadas, donde los “narcoaviones” suelen despegar de pistas rurales bolivianas, cruzar la frontera a baja altura, descargar en Argentina y regresar con combustible, con el objetivo de evitar el cruce terrestre, que está más controlado y con mayores riesgos para los operadores.

Por último, la alta rentabilidad y el bajo riesgo operativo: un solo vuelo puede transportar entre 150 y 350 kilos de cocaína, con ganancias que superan los USD 2 millones en destino. Efectivamente, en los últimos años, los grupos narcos optimizaron su logística aérea con aviones livianos con mayor autonomía, descargas en “pelotas” herméticas arrojadas desde el aire para evitar aterrizajes y el uso de “pilotos fantasma”, que suelen ser extranjeros con formación militar o comercial.
La combinación de estas variables genera un escenario donde el Estado persigue un fenómeno altamente móvil, adaptable y de bajo costo para los grupos criminales. Sin embargo, especialistas advierten que la represión sin inteligencia criminal integrada no es suficiente, además de que la coordinación entre fuerzas federales, provincias y el Poder Judicial sigue siendo un desafío.
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