Pese al discurso oficial desde el Gobierno nacional, Argentina lejos está de ser una potencia militar. En reiteradas ocasiones, el presidente Javier Milei y el ministro de Defensa, Luis Petri, han mencionado que la Argentina ocupa el puesto 23 en el ranking mundial de poder militar elaborado por el índice Global Firepower (GFP). Pero este dato, además de lejano, es falso: la edición oficial 2025 del índice ubica a la Argentina en el puesto 33, no 23, con un puntaje de 0.6013 (donde 0.0000 es considerado “perfecto”).

Esta tergiversación no es menor: el índice en cuestión es altamente cuestionado en ámbitos académicos y militares por su falta de rigurosidad metodológica. Y aún si se lo tomara como referencia válida, la trayectoria histórica de Argentina en el GFP revela una pérdida sistemática de capacidades militares desde hace más de una década y media.
Un derrotero constante desde 2009
El Global Firepower Index clasifica a más de 140 países según su capacidad militar convencional, considerando más de 60 factores (como personal activo, equipamiento, presupuesto, logística, geografía y recursos naturales). Y si bien ofrece una visión panorámica, es ampliamente criticado en espacios especializados en materia de Defensa por no evaluar la operatividad real, el estado de mantenimiento ni el entrenamiento de las tropas.

Contrario a los comentarios oficiales del Gobierno actual, Argentina se mantenía en el top 25 mundial del Índice GFP únicamente entre los años 2006 y 2009. En su momento, era técnicamente considerada una “potencia media” con proyección regional, a pesar de sus ya notorios problemas de presupuesto y equipamiento.
Pero a partir de 2009, el país comenzó una caída sostenida en la clasificación, ya que para el año siguiente bajó al puesto 26. Para 2015, ya rondaba el lugar 30 y en 2020 se encontraba en la posición 36. En pocas palabras, desde hace más de 15 años que Argentina no logra recuperar su lugar entre las 25 primeras potencias militares del ranking GFP.
Sin indicadores de potencia regional
Otro dato clave que desacredita las afirmaciones oficiales es que, en las últimas tres ediciones del ranking, Argentina dejó de figurar entre los países con mejores indicadores militares de Sudamérica. Potencias regionales como Brasil (puesto 12), Colombia (puesto 36) y Chile (puesto 39) presentan capacidades más completas y sostenidas.
Este retroceso no solo se refleja en la posición global, sino en la desaparición de atributos clave. Las falencias operativas, como submarinos, municiones, sistemas de defensa aérea, contradicen cualquier posición de liderazgo. Por ende, presentar a la Argentina como una potencia militar no se condice con la realidad; sí, puede reforzar narrativas de soberanía y modernización, pero utilizarlo de ejemplo a nivel gubernamental transforma los datos en una estrategia de comunicación política más que en una evaluación técnica.

En términos presupuestarios, el panorama es igual de desalentador: el país destina apenas el 0,7% del PBI a Defensa, ocupando el puesto 132° en gasto militar mundial, muy lejos del promedio recomendado por la OTAN (2%).
¿Uso político o análisis técnico?
Medios especializados en Defensa advierten que el GFP tiene serias limitaciones, ya que no solo no pondera la calidad ni el estado operativo del equipamiento, sino que también ignora factores como tecnología, doctrina militar y experiencia en combate. Asimismo, suele equiparar cantidades de sistemas y capacidades, pero no distingue entre lo obsoleto ni lo moderno, algo crucial a la hora de pensar analítica y estratégicamente.

El índice, para muchos, no refleja la capacidad real de combate de las Fuerzas Armadas. Por ello es criticado que el presidente Milei y el ministro de Defensa, Luis Petri, lo utilicen como parámetro (y erróneamente). Pese a su difusión mediática, el GFP no debería ser un estándar aceptado en los estudios estratégicos o entre profesionales de la Defensa.
Principalmente porque este índice mide cantidad, no capacidad. Por ende, presentar a la Argentina como una potencia militar mundial (o regional) es incompatible con los hechos. Lejos de avanzar, el país lleva más de una década y media en retroceso militar, sin una política de defensa sostenida, con capacidades deterioradas y sin un horizonte de modernización creíble.
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